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EMBODIMENT:

GIMNASIO Y TATUAJES.

1. Introducción.

Los cánones de belleza imperan en la actualidad y en la vivencia del cuerpo de los jóvenes a través de los modelos que ven en los medios de comunicación y redes sociales. Realizaremos este recorrido corporal de la mano de un varón de 27 años, indagando en tres áreas relativas a la construcción de su identidad: aspectos cognitivos y emocionales, aspectos físicos y conductuales y aspectos sociales, a través de sus cambios corporales, el modelamiento de su cuerpo en el gimnasio y la incorporación de tatuajes en su piel. Veremos si los imaginarios de masculinidad, el culto al cuerpo, la cultura y las relaciones afectivo-sexuales, se reflejan en este proceso. A través de su discurso y sus vivencias, analizaremos las variables que han mediado en la construcción de su cuerpo y la forma de relacionarse y vivir con él.

Él se ha sentido siempre un chico normal. Manifiesta que nunca ha tenido problemas con la visión de su cuerpo. De pequeño no se fijaba mucho en los cuerpos de los otros niños con tenían más definición, un cuerpo más fino, pero más definido”. La motivación para modelar su cuerpo vendrá por dos vías diferentes. Por un lado, por imitación, pues quería ser como aquellos personajes de su infancia que admiraba, y por otro, aumentar la posibilidad de atracción hacia el otro sexo.

 “Y fue empezar, empiezas a hacerte cosas significativas. Es como… estás viendo mi personalidad a través de tatuajes.”

El arte y el cuerpo se funden en uno.

2. Variables de análisis.

La sociología del cuerpo nos ha mostrado la importancia del modelado de la corporalidad en la relación con los demás. La influencia sociocultural en la elaboración de la imagen que tenemos del cuerpo y la relación con el mismo se expresa de forma multidimensional en los sujetos. De ahí que el auto-concepto corporal (la vivencia de lo que el cuerpo representa para uno mismo dentro de una sociedad), la deseabilidad social en referencia a los cánones de belleza imperantes y cómo se transmiten, así como el papel de la masculinidad en los imaginarios de género, van a suponer la capacidad de adaptación e integración del sujeto en la sociedad. Estas son las variables que vamos a analizar en el itinerario corporal de él.

2.1. Auto-concepto corporal.

“A ver, te fijas ¿no? No sé… (Batman) Tiene fuerza. A ver ¿por qué tiene fuerza? Porque hace su ejercicio físico y tal… y en ese sentido fue cuando empecé a fijarme.”

 

La percepción de nuestro cuerpo se establece en comparación con otros cuerpos, generalmente del mismo sexo. La búsqueda de esta comparación no se establece al azar, sino que obedece a unas pautas determinadas, a menudo invisibles para los sujetos, que están regidas por lo que la sociedad considera aceptado y deseable. Los medios de comunicación son las vías más comunes de transmitir estos modelos corporales, de ahí que las personas quieran parecerse a actores, personajes de ficción, modelos o cualquier otra figura que represente un canon de belleza aceptado. En los hombres, la musculatura y la fuerza física constituyen los grandes pilares de modelamiento corporal. Los referentes en la cultura popular suelen coincidir con esta imagen de súper hombre que determinan las normas de conductas físicas y sociales, y que se traducen en un orden cultural. Los niños crecen queriendo parecerse a sus ídolos.

“Pues a mí me gustaría también ser así de fuerte (sobre Batman)”.

“Me gusta verlo musculado (sobre Goku), que verlo en un cuerpo normal”.

Luc Boltanski sostenía que los comportamientos y representaciones de los individuos están ligados a una posición de clase, estableciendo una distinción entre las clases populares y privilegiadas. Mientras las primeras establecen una relación instrumentalizada con el cuerpo en base a la enfermedad, en la segunda, los tratamientos de belleza, deporte, etc. son interiorizados e integrados en una relación de cuidado. Esta división que asocia el cuerpo a la enfermedad y la salud a una determinada clase social es una transmisión cultural que incentiva a los sujetos a cuidar su cuerpo como vía de ascenso en la jerarquía social. De hecho, los modelos que vemos en los mass media son cuerpos normativos al que se les asocia el éxito en las esferas más altas de la sociedad. De ahí que autores como Berthelot planteen que el funcionamiento de la cultura empuja a los sujetos a la modificación de sus cuerpos para ajustar su aspecto a una determinada clase social. Este pensamiento convierte al cuerpo en un producto directo de la clase social. Adquirir estos cuerpos normativos requieren de cierta disciplina y la práctica eficiente de diferentes técnicas corporales. El modelamiento del cuerpo supone poner en práctica ejercicios físicos diarios y un entrenamiento que varía en función del sexo, la edad, el rendimiento y diferentes factores asociados (alimentación, problemas de salud, etc.). La búsqueda del cuerpo «perfecto» es un factor social que influye en nuestra percepción del cuerpo, un contexto de diferenciación e identificación respecto a los demás (una unidad diferencial dentro de un grupo social) y orientado a mejorar la autoestima en base a lo social. Dado que la corporalidad se construye socialmente, el hombre produce las cualidades del cuerpo en su interacción con los demás y su inmersión en el campo simbólico. El cuerpo se convierte en un contexto en sí mismo: “es el lugar y momento donde el mundo se hace hombre” (Simon Le Breton, 2005). La construcción de la autoestima se asienta en la forma que tengo de verme como en la que los demás ven de mí. Si el resultado coincide con lo socialmente deseado reforzará positivamente la percepción que tengo de mi mismo.

2.2. Deseabilidad social.

La transformación estética puede ser percibida como una ganancia en la identidad. Poseer un cuerpo deseado favorece la autoestima y sitúa al sujeto en un contexto social en el que puede moverse con confianza. Lo deseable se refuerza colectivamente con determinadas conductas.

“Pues va por épocas, porque influye mucho el ir (al gimnasio) con gente”.

La práctica deportiva tiene un componente social innegable. Forma parte de los rituales humanos de socialización y está muy ligado al desarrollo corporal. Sabemos que la actividad deportiva colectiva se remonta muy atrás en nuestro pasado y que forma parte del ideario de salud y bienestar. Realizar estas prácticas de forma colectiva favorece la aceptación social.

“Había gente que me decía: se te ve mejor, se te ve que te estás poniendo grandote, que te estás poniendo fuerte. Pero también… ¿para qué vas al gimnasio? Si estás bien, no te hace falta”.

Esta vivencia del cuerpo va unida a la estética. La imagen corporal es una construcción personal y social que necesita de una retroalimentación. El cuerpo no tiene una naturaleza ni indiscutible, ni universal, por lo que su designación es un reflejo del imaginario social, de lo construido a través de la cultura. Este aprendizaje está condicionado a diversos factores (etapa vital, edad, etc.) que alcanzan su nivel más alto cuando la persona lo integra y lo refleja inconscientemente. De ahí, que sea percibido de forma diferente por distintas generaciones.

“En realidad, no me influye mucho porque yo lo hago por mí (los tatuajes), no por contentar a nadie. (…) Sí que me reía cuando te dicen esas típicas cosas de que “parece que ha salido de la cárcel”, (…) o se agarran a su bolso porque se piensan que los vas a robar.”

Asociar los tatuajes a presidiarios o a ladrones generan emociones negativas sobre las que se fundamenta una normalidad fantasma. De ahí que el modo de actuar del individuo estigmatizado nos diga que su carga no es opresiva y que el hecho de llevarla no le diferencia de nosotros; al mismo tiempo, debe mantenerse a una distancia tal que nos asegure que no tenemos dificultades en confirmar esta creencia. El aspecto físico y los modos simbólicos de organización derivan en la forma del individuo en situarse socialmente en escena. La anatomía se convierte en un accesorio de la presencia, que inevitablemente puede ir asociada a un perjuicio (estereotipos que derivan en estigmas). Las relaciones con lo corporal se inscriben en el interior de las diferencias de clase y de cultura, que orientan sus significados y valores, de ahí que los tatuajes hayan sido englobados dentro de una categoría social al que se le asigna un valor históricamente negativo. Es interesante ver como las modas pueden modificar estos valores, aunque sea de forma temporal, de modo que se desplace a otros estratos sociales.

“Me pasa un poco como con los tatuajes, el mismo tipo de comentarios. Los familiares decían ¿dónde vas con eso? Ya no te hagas más. Mis amigos decían qué chulo. El tatuaje es un arte que me gusta y dices: quiero que todo el mundo vea esto porque me encanta.”

Las inscripciones corporales cumplen diferentes funciones en las distintas sociedades. Los tatuajes suelen ser un modo ritual de afiliación y separación (Le Breton, 2002). Se trata de un moldeado simbólico que funcionan como una especie de memoria orgánica: recuerdan los valores de la sociedad y legitimizan a la persona en un estrato social determinado. Mostrarse como alguien deseado abre la puerta al voyerismo y exhibicionismo. Quieres ser visto por placer.

 “En redes sociales lo que pasa es que la gente es más directa que en la cara. (…) Es igual, pero se atreven más a decirme lo que piensan.”

Las redes sociales han potenciado la forma en la que mostramos el cuerpo y lo juzgamos. Las reglas del juego exigen que seamos valorados y evaluados por nuestro aspecto físico en función de los cánones establecidos. El cuerpo perfecto adquiere un valor añadido cuando asumimos que las personas más deseables son siempre inferiores en número a quienes los desean. De ahí la imperiosa necesidad de invertir en el cuerpo, buscar la perfección y exhibirla.

“Todos son por algo, es como una lección. Tengo tatuajes familiares, tengo tatuajes que me he hecho cuando he estado en momentos bajos, en plan, a lo mejor, una ruptura y veía que el tatuaje como que me fortificaba, era como ir construyendo una coraza.”

 

Pero los tatuajes también suponen una segunda piel, una coraza que protege del mundo y, a la vez, la puesta en valor de sí mismo, una puesta en escena en la que el cuerpo constituye un nuevo dispositivo social. El cuerpo se proyecta como un alter-ego, se reconquista, se transforma en una nueva forma de socialización, una nueva forma de verse y ser visto. Se hace presente la antigua concepción dualista entre el cuerpo y alma: actuamos sobre el primero para modificar el segundo. No sólo a través de tatuajes, sino también de los piercings, los retoques estéticos, o cualquier otro medio, que transforman el cuerpo en un objeto de valor y signo de distinción.

“¿En el futuro? Me hace mucha gracia los comentarios que dice la gente: cuando seas un viejo de estos que van a veranear a Benidorm, se te va a ver lleno de tatuajes, las caras se van a ver arrugadas… Pero digo: es qué es lo que hay.”

Los cambios corporales requieren de una durabilidad que desafía la biología. El envejecimiento no es algo que se contempla en el presente. El culto al cuerpo se enmarca en un mundo lúdico, sostenido por el narcisismo y el consumismo del aquí y ahora. Invertir dinero en el cuerpo para verse mejor y mostrase mejor a los demás. El marketing y la publicidad han usado los estudios sobre el cuerpo y la percepción del atractivo físico y sexual con fines comerciales, encontrando un filón en la explotación de los cánones de belleza de ellos y ellas.

3. Imaginarios de género: la masculinidad.

“Un cuerpo musculado me gusta porque se nota el cambio del hombro al bíceps, o del bíceps al antebrazo, está más definido.”

El cuerpo no es una naturaleza. Ni siquiera existe. Nunca se vio un cuerpo: se ven hombres y mujeres (Le Breton, 2002). A la hora de establecer los parámetros que diferencian lo masculino de lo femenino, son las propias sociedades quienes lo determinan por medio de acciones culturales, rituales o pruebas de habilidad y fortaleza, de forma exclusiva y excluyente. Identificarse como hombre o mujer se instaura mediante los roles de género, de esta manera, ser un hombre fuerte y protector te alinea con el prototipo de hombre deseado. También tiene que ver con la forma corporal y el volumen: un cuerpo más grande, y más fuerte, se asocia más al concepto de lo que tenemos por un hombre. Asumimos estos roles de forma inconsciente, de manera que no nos damos cuenta de esta asociación. Construimos la masculinidad sobre prototipos, no sobre la diversidad. Lo mismo sucede con los tatuajes, al entenderse como arte.

“En el tatuaje concretamente, la gente no se fija en que seas hombre o mujer.”

4. Relaciones afectivo-sexuales.

“Me he encontrado con alguna persona que, a nivel erótico o sexual, si le gustan los tatuajes, es un extra.”

Los contextos influyen en las relaciones sexuales de las personas, estableciendo normas sobre el atractivo personal y las estrategias que cada sexo adopta para relacionarse. El cuerpo se constituye como un nuevo dispositivo social en la intimidad del sujeto, que le permite orientar sus conductas y deseos. Los valores de los cuerpos deseados y no deseados se mueven en la ambivalencia y en la creencia de que hay gustos para todos. La capacidad de elegir y ser elegido, descartar y ser descartado, influyen en la percepción del éxito y el rechazo como un valor absoluto. El auge de los tatuajes no es una moda pasajera: ha llegado para quedarse (aunque ya existiera desde hace siglos), pero lo que sí ha cambiado es el valor que le atribuimos, antes asociado a algo negativo propio de presidiarios. Este cambio ha propiciado que los cuerpos tatuados adquieran su propio valor erótico. Mostrarlos en las zonas grandes del cuerpo sirven de vía de atracción, de exhibicionismo. Realizarlos en zonas eminentemente genitales pueden tener un componente erótico mucho más fuerte. Aquí el exhibicionismo vuelve a ser relevante.

5. Conclusiones.

El conglomerado resultante de las vivencias, expresiones sociales y personales, dan lugar a una construcción del cuerpo determinada. El cuerpo es un reflejo de la sociedad. La apariencia corporal es la forma de presentarse y representarse a sí mismo. De esta manera, los cuerpos adquieren un valor que va mucho más allá de ser meramente hombre o mujer, se convierte en un soporte de valores. El cuerpo es un modelo que puede servir para representar cualquier frontera precaria o amenazada (Mary Douglas, 1971). El cuerpo reproduce a pequeña escala los poderes y peligros que se le atribuyen a la estructura social, de esta forma, el cuerpo y la sociedad son metáforas entre sí. Ciertos comportamientos y asociaciones tienen una dimensión social y cultural que se implementan en el sentir de las personas. Los medios materiales, las conductas, la representación de un estatus, e incluso su imagen física, están ligados a una determinada jerarquía dentro de la clase social. Ejercitar el cuerpo para muscularlo, o impregnarlo de tatuajes supone una adaptación a la sociedad y presentarse como alguien único y distinto. Las modas y los cánones de belleza influyen a un nivel más profundo de lo que creemos y generan un marco estrecho donde poder moverse. Que estos parámetros sean inalcanzables para la mayoría, genera que las personas más deseables sean siempre inferiores en número a quienes los desean, propiciando una búsqueda desesperada (y a veces algo inconsciente) de la perfección del cuerpo. Lograr estos estándares supone escalar en la jerarquía social, adquiriendo cotas más altas de deseabilidad y pertenencia al grupo. Las etiquetas de la puesta en escena del cuerpo regulan las interacciones (Goffman, 1975) . La forma en la que te ves y eres visto influye en la forma de relacionarte con los demás.

 

Los sentimientos son fenómenos sociales que están marcados por las normas colectivas implícitas (Mauss, 1950). Estos sentimientos serán más positivos cuanto más se ajuste tu cuerpo a los cánones de belleza y la deseabilidad social, y a la inversa. Dado que no todas las personas cumplen con estos requisitos, las técnicas de modificación corporal suponen una instrumentalización del cuerpo que conllevan una resignificación y revaloración social. Estas modificaciones adquieren también importancia a la hora de elegir pareja, pues el aspecto físico tiene una función de atracción que no escapa a los valores sociales de belleza. Los cuerpos se convierten en un escaparate donde mostrar quien eres y de dónde vienes, qué te une a la sociedad, qué amas y qué rechazas. Esto se debe a que los cuerpos comparten una vida común, que los lleva frecuentemente, casi instintivamente, a pintarse a sí mismos o a imprimir imágenes sobre sus cuerpos que les recuerdan esta vida (Shilling, 2001: 333).

Las prácticas corporales se enmarcan dentro de estructuras sociales concretas que centralizan las acciones de los sujetos. Los intereses sociales, sexuales, estéticos o de cualquier otro tipo interfieren en la percepción de nuestro cuerpo, de la vivencia del mismo, de nuestros deseos y la necesidad de encajar en una sociedad que quiere que seamos iguales y diferentes al mismo tiempo.

6. Bibliografía.

Berthelot J-M, Druhle M., Clément S., Forne, J., M’Bodg G. (1985). Les sociologies et le corps. Current sociology, 33,2.

Boltanski, L. (1974). Les usages sociaux du corps. Annuales, no1.

Douglas, M. (1971). Se la soulliure. Paris. Maspero.

Goffman, E. (1974). Les rites d’interaction. Paris. Minuit

Le Breton, D. (2002). Sociología del cuerpo. Buenos Aires. Nueva Visión.
Turner, J. y Stets, J. (2005). The sociology of emotions. Nueva York. Cambridge University Press